(Foto: Wikimedia)

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“Vi a personas matar y prender fuego a casas. Es difícil olvidar esas imágenes”. D’Artagnan Habintwali apenas tenía cinco años cuando comenzaron las matanzas en su ciudad natal de Butare, en el sur de Ruanda. El estudiante no puede quitarse de la cabeza lo que vio en aquel entonces. Durante tres meses, entre abril y julio de 1994, el país fue escenario de masacres.

El gobierno se había propuesto aniquilar a la minoría tutsi e incitó a la mayoría hutu a acabar con las “inyenzi” o cucarachas. El genocidio tuvo lugar frente a los ojos de una comunidad internacional paralizada. Las Naciones Unidas estiman que cerca de 800.000 personas perdieron su vida.

Todos son ruandeses

En las últimas dos décadas, los ruandeses han recorrido un largo y penoso camino hacia la reconciliación. Una de las primeras medidas que emprendió el nuevo gobierno fue borrar los datos sobre la pertenencia étnica de los documentos de identificación. Desde entonces, todos los habitantes del país son “ruandeses”.

Asimismo, se reintrodujo el trabajo comunitario, llamado “umuganda”, a fin de fomentar el sentido comunitario. Una vez al mes, cada ruandés es exhortado a participar en la construcción de una casa para necesitados, de una calle o a barrer una plaza.

Uno de los mayores obstáculos fue la reparación legal del genocidio. En 1994, se creó un tribunal penal internacional (ICTR) con sede en Arusha, en el país vecino de Tansanía, para perseguir a los responsables del genocidio. En total, 65 personas han sido llevadas a juicio. 38 acusados fueron condenados a largas penas de prisión.

Un pueblo se reconcilia

A nivel nacional, fueron creados en 2001 los tradicionales tribunales “gacaca”. Entre 2005 y 2012, casi dos millones de personas comparecieron ante los tribunales a lo largo del país, y más de la mitad fue condenada a prisión o a trabajos sociales. No obstante, organizaciones internacionales de derechos humanos criticaron muchos errores de la Justicia.

“Los gacacas sirvieron para que la gente dijera la verdad, pero también para darles tiempo y espacio para entrar en un diálogo”, dice Jean Damascène Gasanobo, de la Comisión Nacional de Lucha contra el Genocidio (CNLG). “No puedes exigirle a tu vecino que se reconcilie, pero teníamos que entablar ese proceso”.

En Simbi, un pueblo en el sur del país cerca de la frontera con Burundi, más de 5.000 personas fueron víctimas del genocidio. Hoy en día, la comunidad convive nuevamente de forma pacífica. Una ONG local ha fomentado el proceso de reconciliación. Desde hace algunos años, los miembros de la comunidad se han organizado en una cooperativa agraria. Esta se llama Duharanire Ubumwe N’Ubwiyunge (Trabajo para Unión y Reconciliación). La cooperativa pretende desarrollar la producción agrícola.

Desarrollo económico

También el gobierno en Kigali apuesta por el desarrollo económico para reconciliar al país de forma duradera. Daniela Beckmann, directora del banco de fomento KFW en la capital ruandesa, afirma que un programa para la reducción de la pobreza con medidas como la introducción de un seguro médico para todos, mejoras en el acceso a la educación, así como el fomento de la economía privada ha cosechado los primeros éxitos.

En cinco años, Ruanda redujo su tasa de pobreza en 12 puntos porcentuales a un 45 por ciento, dice Beckmann. “Comparado con otros países africanos es un promedio muy bueno”. Sin embargo, esto no significa que no haya más retos, añade Beckmann. Después de todo, casi la mitad del presupuesto ruandés proviene de ayuda extranjera.

Confianza en el futuro

Frank Habineza, presidente del Partido Verde Democrático de Ruanda (DGPR) y uno de los pocos representantes de la oposición, critica que su país tenga la mayor desigualdad de ingresos. “Creemos que la justicia social es posible. Necesitamos un espacio político más amplio y una democracia con fuertes raíces para que los inversionistas extranjeros tengan confianza y decidan invertir en Ruanda”.

En las próximas elecciones presidenciales en 2017, el joven partido de Habineza presentará un candidato para ofrecerle una alternativa a la población. Desde el fin del genocidio, el exjefe de los rebeldes Paul Kagame, del Frente Patriótico de Ruanda (RPF), gobierna el país.

La capital de Ruanda, Kigali, tiene 1,2 millones de habitantes y es considerada símbolo del progreso ruandés. El alcalde, Fidèle Ndayisiba está convencido: “Si el desarrollo continúa así, dentro de diez años Kigali será una ciudad moderna, floreciente”.

(Fuente: Deutsche Welle )