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Por José Miguel Silva / @jomisilvamerino

Un injusto prejuicio describe a la filosofía como una disciplina complicada y ajena al quehacer diario. No obstante, se trata de algo que podría aparecer incluso segundos antes de empezar a leer esta nota, mientras usted piensa en qué ruta tomar para ir a trabajar o en el último pensamiento antes de cerrar los ojos y quedarse dormido.

Conversamos con el filósofo, profesor y fotógrafo Alejandro León Cannock, quien ha publicado Cartografías del pensamiento: ensayos de filosofía popular (Fondo Editorial UPC, 2013), un libro de filosofía para ciudadanos de a pie.

¿Por qué tu libro se llama Cartografías del pensamiento?
Cuando escribí mi tesis de maestría lo hice sobre el problema del pensamiento. Intenté responder a “¿qué significa pensar?”. La conclusión a la que arribé es que el ejercicio del pensamiento no está necesariamente ligado al conocimiento, sino más bien a la experimentación. Pensar es experimentar, es descubrir novedades, adentrarse en zonas desconocidas de la realidad. En ese sentido, cada acto de pensamiento auténtico es como trazar un nuevo mapa o una nueva cartografía de la realidad.

Hablas de la idea que tiene la sociedad sobre la filosofía. ¿Por qué si se publican más libros y se escribe más al respecto la filosofía sigue siendo algo lejana para las grandes mayorías?
En primer lugar, la filosofía como disciplina es algo difícil. Cuando uno pone en la balanza las posibles carreras de estudio, siempre hay algunas más fáciles que otras, ya eso va alejando a la gente. Además, (la filosofía) es una disciplina improductiva, en el sentido en el que entendemos lo productivo a partir del sistema capitalista en el que vivimos. No estamos frente a una profesión que te ofrezca resultados utilitarios, pragmáticos, tangibles y concretos. Por último, la filosofía es por esencia un ejercicio crítico, escéptico, que cuestiona valores, principios e instituciones. Por esto es que la filosofía es peligrosa y temida, porque cuestiona el status quo (del Estado, de la Iglesia, de los medios de comunicación), las formaciones de poder, y quienes ocupan posiciones de poder lo último que quieren es perderlo. Todos estos factores hacen que la filosofía haya sido reducida a un saber esotérico, hermético, casi de ratón de biblioteca.

¿Cómo son los jóvenes estudiantes de filosofía?
Es un perfil muy particular. Para empezar, son pocos, entonces, de una u otra manera cuando estás en una comunidad muy pequeña te sientes selecto, de élite de alguna manera. Y sobre todo en una disciplina que es tan compleja en términos de pensamiento, te diferencia del vulgo, de la masa, de los miles de administradores, de los miles de comunicadores, etc. Está la idea del “nosotros los filósofos”. Hay cierta soberbia, cierto narcisismo y mucho de refugiarse en este discurso que nadie entiende para adquirir una posición de cierto poder. No obstante, esto también tiene una contrapartida, el aislamiento. Te cierras. No hay diálogo con otras disciplinas. Es un perfil particular el del estudiante de filosofía.

En otra parte del libro toca el tema del ‘sentido de la vida’. ¿Tú ya encontraste el sentido de tu vida?
No es que uno descubra el sentido de su vida. Primero, hay que tratar de definir lo que es la palabra “sentido”, que obviamente está ligada a objetivo, a finalidad, al para qué de las cosas. Creo que esto no se descubre, sino que se crea, se construye. No obstante, lo que está socialmente predeterminado es que hay una serie de sentidos ya constituidos. Por ejemplo, es normal que un chico que sale del colegio y entra a la universidad tenga, consciente o inconscientemente, como uno de sus grandes sentidos (de la vida) el ganar dinero para vivir bien. Uno, como individuo, se inserta en un sistema social simbólico, con valores y principios determinados, y los asume. De ahí vas trazando tu cotidianidad en función de esos grandes sentidos que recibiste. Lo que yo planteo es que un modo de vida filosófico busca cuestionar todos los relatos y todos los sentidos heredados de la socialización. A partir de esa crítica, empezar a buscar, a construir y a negociar un sentido de vida más propio.

¿Tienes claro qué es el amor?
No. Una de las cosas que más nos enseña la filosofía es no a encontrar respuestas, a ni siquiera tener la pretensión de hallar una respuesta categórica. La filosofía nos enseña a plantear preguntas y problemas, no necesariamente abstractos, sino vinculados a tu existencia más concreta. Si tú me preguntas si yo sé qué es el amor, te digo que no. De lo que sí soy más consciente es de lo que implica el problema del amor. Eso es un poco lo que trato de plantear en un capítulo de mi libro. Líneas de reflexión sobre el problema del amor.

En otra parte de Cartografías del pensamiento hablas de la ética. La facilidad con la que los peruanos se indignan por la corrupción de los políticos, pero a la vez se ríen al enterarse de una coima de S/.20.
Gonzalo Portocarrero dice que Lima es una sociedad de cómplices. Lo que él quiere decir con eso es que nos hemos vuelto cómplices en la corrupción, en la transgresión de las normas porque como sabemos que, eventualmente, vamos a transgredir entonces no señalamos, no acusamos, porque nos sentimos potenciales corruptores o corrompidos. Entonces, hay esta lógica subalterna en la que la legalidad está en un nivel formal, de apariencia, pero por abajo, la legalidad y formalidad está totalmente corrompida. Entonces, lo que ocurre es que esta doble moralidad no nos exime de ser políticamente correctos (en el sentido negativo del término). Si un político, un empresario, comete un error, lo denunciamos. Además, es algo muy limeño el mirar la paja en el ojo ajeno. Apenas alguien público mete una pata, le caemos con el palo encima. No obstante, en lo micro asumimos como normal pagar una coima. Este doble discurso tiene que ver con una falta de consciencia absoluta. Vivimos en el presente, vivimos para para consumir, para producir, para satisfacer nuestros intereses personales o de familia y no tenemos la capacidad de ver más allá y pensar en un bien común.

Pero siempre hay un estudiante que se niega a plagiar o un chofer que no acepta pagar una coima. ¿Qué tan pocos son ellos?
Creo que absolutamente todos estamos embarrados en esa sociedad de cómplices. No es fácil no estarlo porque nosotros hemos crecido bajo esa lógica. Hemos absorbido desde chicos la microcorrupción. Algo que le digo a mis alumnos es que no podemos pretender ser héroes hipermorales, pero lo que sí podemos hacer es resistir en lo cotidiano a esas situaciones que nos empujan a situaciones de transgresión.

También tu libro habla sobre la memoria. Uno se toma millones de fotos y todas las sube a su Facebook o las guarda en su PC. No obstante, recordamos pocos momentos de nuestra vida. ¿Cuál es tu tesis sobre la memoria y su relación con la fotografía?
Para mí, la fotografía es la técnica que más ha marcado el desarrollo de los últimos 150 o 200 años. Quizás exagere, pero creo que es la tecnología más importante creada por el ser humano. ¿Por qué? Porque es la que determina o constituye nuestra forma de ver el mundo. Todo lo que nosotros miramos no lo miramos naturalmente, sino tomando en cuenta el contexto. Revistas, periódicos, paneles publicitarios, el cine, nuestra idea de lo bello, de los parajes exóticos, del turismo, etc. Todo está constituido por los criterios de lo que es la fotografía. ¿Dónde está la relación con la memoria? Mira, esto no implica una desaparición de la memoria, sino una nueva forma de entender lo que significa recordar. Una nueva manera de entender lo que significa acumular el pasado. Lo que creo es que no sabemos cómo va a reconfigurarse nuestra memoria a partir de la fotografía, a partir de las nuevas tecnologías de la imagen en general.


¿Cuál es tu posición en torno a las nuevas tecnologías, las redes sociales y la forma en que las utilizamos?
No soy ni un apocalíptico ni un apasionado. Parto de una premisa que para mí es básica: la tecnología, sea cual sea, no es buena ni mala. Una nave espacial, un tren, el Facebook, los smartphone, no son ni buenos ni malos en sí mismos, porque eso no existe. Lo bueno y lo malo son valores operativos en función de prácticas. Es bueno o malo el sujeto que lo usa y cómo lo usa. Y una segunda cuestión en la que sí soy bastante abierto en torno a las nuevas tecnologías es que esto viene generando una nueva forma de experimentar el mundo, las relaciones con la naturaleza, las relaciones con lo social, etc. Una nueva forma que no es ni buena ni mala, sino que viene transformando radicalmente nuestra idea de ser humano. Lo que el ser humano es, no es algo fijo. No existe una esencia de lo humano que se mantenga a través del tiempo y que venga a ser perjudicada por tecnologías malévolas.

Entonces, lo que el ser humano es, se transforma a través del tiempo…
Claro. Evidentemente, el sujeto hoy en el siglo XXI, que se constituye con estas tecnologías y con esta globalización, es un sujeto totalmente distinto al del siglo XIX o al del siglo XIV. Estamos hablando de formas de lo humano que se modifican a través del tiempo. Recién estamos entrando a un nuevo umbral, a una nueva etapa en la que yo creo que lo que el ser humano hará de ahora en adelante, es algo que no podemos predecir. Habrá nuevas formas de amor, nuevas formas de familia, nuevas formas del cuerpo incluso, por cuestiones vinculadas a trasplantes o a regeneración de órganos. Esto no me parece malo ni bueno. Va a depender de cómo la sociedad sepa manejarlo.

Has hablado de la tecnología. Ahora te pongo el caso del proyecto de ley de unión civil gay. Apenas el 26% acepta esta propuesta. ¿No te da la impresión de que en algunos aspectos vamos muy bien y en otros nos hemos estancados y sin deseo de cambio?
Hay un divorcio, una fractura súper fuerte entre el desarrollo material, económico y el desarrollo moral, espiritual. Somos un país, supuestamente emergente, que viene creciendo hace muchos años. Nosotros lo vemos en la calle y, lamentablemente, el desarrollo material es inconsciente. Pongo el caso de Lima, que es como un ser humano al que le das de comer mucho, lo llevas al gimnasio, le metes hormonas y lo ensanchas. Como un pollo que lo ensanchas para que se vuelva una pechuga del KFC. Este desarrollo material no va de la mano con uno moral, educativo. No tenemos industrias culturales sólidas. No hay canales en los que ese cuerpo que está creciendo pueda nutrirse desde una perspectiva espiritual, intelectual, moral. ¿Por qué sucede eso? Por un tema político y también por un temor. El ser humano tiende a mantenerse en su territorio conocido y, entonces, hacerlo salir de eso para que acepte la novedad de lo que implica la unión civil o la novedad de lo que implica otorgarle derechos a las minorías, genera cierto temor porque sientes que te va a generar cierta inestabilidad.

¿Y el rol de los políticos?
Quienes están en el poder en el Perú hacen lo que quieren y el país es como su chacra. Los emperadores romanos decían “al pueblo dale pan y circo, y estará tranquilo”. Es decir, al pueblo dale Mistura para que tenga la panza llena y dale Combate o Esto es guerra y va a estar tranquilo. Vivimos espiritualmente adormecidos porque comemos y nos reímos. Y los políticos hacen lo que quieren porque saben que si nos educan, los vamos a criticar. La educación es el principio del pensamiento crítico. Entonces, temor por un lado y mantenimiento de una posición de poder de ciertos sectores por el otro, reduce el desarrollo moral, espiritual e intelectual de una nación.

¿Qué es para ti la filosofía popular?
Básicamente, lo que la filosofía popular sostiene es que el ejercicio de la filosofía no es solamente conceptual o teórico, sino que uno filosofa todos los días, todo el rato y sobre todos los temas. Para que esto pueda ser comprendido, y para que pueda llegar a la gente que no estudió filosofía, aquellos que sí la hemos tenemos que construir un lenguaje que nos permita ofrecer las correctas herramientas de pensamiento para ayudar a los demás a vivir mejor. En ese sentido, la filosofía popular tiene como principio fundamental el agenciamiento. Uno puede pensar y hacer filosofía de una cuchara o de una combi. Todo esto implica un paso hacia la recuperación de la cultura popular, es decir, a la experiencia cotidiana no convertida en objeto de estudio académico. En conclusión, se trata de conectar con el afuera de nuestro orden simbólico para que podamos, a partir de eso, empezar a pensar lo popular, lo ordinario y lo cotidiano.