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Por José Miguel Silva / @jomisilvamerino

De todas las novedades que se presentaron en la última Feria Internacional del Libro de Lima, Todos los días son de cenizas es un libro que no tiene pierde. Verano oscuro, El huésped rojo, El verano de mi reina y el último relato, que da nombre a la publicación, son cuentos simplemente fantásticos.

En ellos, el humor es tan solo una de las piezas que arman un rompecabezas literario muy interesante. Conversamos con su autor, el escritor, historiador y promotor cultural Fernando Sarmiento Rissi, quien espera publicar muy pronto una novela ambientada en el Perú de la década de los 90.

¿Te sientes más cómodo escribiendo sobre temas fantásticos?
No necesariamente. Mi primer libro (Clash City Loose) es más sobre temas románticos, de música. Es un libro más hecho con el corazón, con la entraña. En cambio, lo que me agrada del tema fantástico es la cantidad de cosas que puedes explorar. Puedes tomar cualquier tipo de argumento, estirarlo, añadirle una serie de cosas. Hay mucha gente que piensa que el género fantástico debe seguir una serie de cánones, debe ser algo serio en algunos aspectos, cuando no es así. En el caso de los cuentos, debo reconocer que sí me siento más cómodo con el género fantástico. No obstante, en textos más largos, en ensayos o novelas, de repente puedo optar por un estilo más personal, de vivencias, de historias del día a día.

Eres historiador. ¿En qué momento decidiste publicar tus escritos?
Yo estudié historia y creo que esto me dio herramientas y sobre todo lecturas muy importantes que me ayudaron a contextualizar ciertos aspectos sobre la realidad no solo peruan, sino mundial. No obstante, yo siempre tuve esa vena literaria. Empecé a leer literatura, novelas, cuentos y relatos, pero sobre todo cómics. Los leía y releía constantemente. No empecé (formalmente) en la literatura muy joven, quizás en mis treintas. Un día decidí sentarme a escribir unos textos, algunos cuentos que no publiqué ni enseñé a nadie. Hasta que llegó Clash City Loose (2011). Yo soy muy melómano y ¿por qué no ponerle música a una historia? Opté por dejar el lineamiento básico de una novela y experimentar. Me sentí muy bien escribiendo esa novela. Fue un parto difícil, pero también satisfactorio.

En cuanto a la producción de la novela, no en lo creativo, sino en el otro lado, en lo logístico. ¿Qué lecciones te dejó Clash City Loose?
Si en el mundo es difícil vivir de la literatura, en el Perú es mucho más. Uno tiene que lucharla, buscar, esforzarse. Aquí no se trata de decir “ya está mi obra y que otros se encarguen del resto”. Uno tiene que meterse en el proceso, involucrarse a fondo, comerse la corrección, buscar a un editor, chambear con él, asumir costos de dinero, de tiempo, costos personales y preocupaciones que algunos creen que los escritores no tienen. Muchos piensan que el día de la presentación de su libro, el escritor llega feliz, luego se va a celebrar con los amigos, pero no es tan así. El escritor generalmente llega a ese día muy cansado, envuelto en un cuadro de estrés absoluto. Quizás estuvo hace dos días corriendo en la imprenta, llamando a amigos de la prensa, etc. Es un parto difícil hacer un libro. Aunque claro, también es satisfactorio, porque de todas maneras uno siente orgullo cuando un lector viene y te dice que le gustó el libro. Eso ayuda mucho.

Entre el día en que empezaste a escribir la novela y el día en que la presentaste habrás envejecido muchísimo.
Sí, claro. Yo pensaba que ese día estaría completamente extasiado, tomándome fotos con los admiradores. Luego uno se va dando cuenta que es bueno vivir esa fantasía, aunque claro, al día siguiente hay que seguir chambeando tu novela. Ofreciéndola, invitando a leerla. La idea es que la mayor cantidad de gente pueda leer tu libro y opinar sobre él, así sea de forma buena o mala. A mí me pasó como en la película 8 mile de Eminem. Al final de esa historia, el protagonista gana un reconocimiento y cuando sus amigos le proponen ir a celebrar él se niega porque al siguiente día debía trabajar. A mí me pasó igual, yo al siguiente día de la presentación de Clash debía ir a trabajar.

¿Cómo te defines como lector? ¿Eres de los que lee lo que venga a tus manos o tú eliges algunas publicaciones porque crees que ellas te ayudarán en lo que quieres ser como escritor?
Si escojo un libro es bien difícil que lo deje. No soy de abandonar libros, así sean complicados. Si en algún momento se ponen complicados, sé que luego remontarán y saldré adelante. No leo demasiado rápido, no leo dos o tres libros a la semana. Quizás uno por semana o en semana y media. Puede haber excepciones como en El amor en los tiempos de cólera, que lo leí en una madrugada. Ahora, estoy volviendo algo más a la historia, coincidentemente con la creación de Todos los días son de ceniza. Por otro lado, tampoco tengo problemas con leer libros en pdf, como algunos que solo aceptan leer en físico.

¿Y cuáles son tus referentes literarios?
En términos de mi escritura, tengo dos. Uno es Cortázar, que en Rayuela te dice que tú puedes escribir como quieras. No hay una regla para escribir, para ordenar o definir una novela. No hay un esqueleto pre establecido. En el otro lado está Nick Hornby, que dice que tú puedes escribir de lo que quieras, de música, de fútbol y de lo que quieras. Él escribió libros geniales como Alta fidelidad y Fiebre en las gradas. Estos dos autores me dieron la pauta, pero también hay otros como Vargas Llosa, que te enseñan a crear técnicas, pero sin ser completamente planos. Admiro mucho que el Nobel peruano se ponga muy divertido, cuando hace que sus personajes se cochineen entre ellos. Esto ocurre en Pantaleón y las visitadoras, como también en una novela seria como La casa verde, que para mí es su gran libro.

¿Cómo se originó Todos los días son de ceniza?
Luego de terminar Clash City Loose quería hacer una segunda entrega, un poco más compacta, más pequeña. Empecé a preparar el material y estaba en eso cuando un buen día, discutiendo con mi abuelo César sobre el estalinismo, él me pregunta y él me dice “cuando se estaba muriendo Stalin, ¿cómo habrá llamado a Beria?”. Me propuso que la haga otra vez. De esa frase nació toda la historia. Luego, un buen día, estaba comentando con unos amigos, de estas colecciones sobre naturales y llegamos a la conclusión de que todo esto era muy serio. “Los aparecidos, los afectados, la maldición”. Me puse a revisar mucha literatura de los 80 y 90 y todos más o menos seguían este ritmo. ¿Por qué todo tenía que ser tan solemne? Fue así que le metí una historia algo desquiciada, demente. Uno no debe tomarse tan en serio ni la vida ni la literatura.

El Huésped rojo es un relato fantástico. Me hace recordar a la película Guerra mundial Z. ¿Eres muy fanático del cine? ¿Influyó de alguna manera tu cultura cinematográfica en este relato? Las secuencias, las escenas que uno puede imaginar…
Claro. Lo bueno de la literatura es que tú puedes ambientar solo un universo con solo teclear. Definitivamente en algún momento planteé este relato como si lo hiciera en un storyboard. Vamos a crear un muro, el muro debe verse así. ¿Cuál era la idea? No era describir el muro, sino la sensación que este generaba. De hecho, esto te lleva a las películas de zombies, posapocalípticas, a estas cosas cargadas, a esta sensación de desasosiego. Yo pensé que esto no tenía que pasar solo en Estados Unidos, sino también en nuestro país.

Se trata de una ciudad dividida en dos. En una parte están los enfermos y en la otra los sanos. Estos últimos viven una vida completamente ajena a la de los que sufren. No les interesa su recuperación en absoluto.
Es un poco el esquema de Tierra de muertos, de George Romero. Tomé un poco esa idea, ese concepto de la teoría del caos, de que la vida se abre paso. La idea es que en algún momento eso debía de terminar. La perfección no existe, en algún momento tenía que aparecer un hecho sobrenatural o biológico que rompa esta cuestión.

En el relato está muy presente la idea del fin de todo.
Por lo menos del fin de todo lo establecido. Creo que si algo hemos aprendido de las cucarachas, es que tenemos capacidad de sobrevivir. Sí me gustó la idea de explorar ese miedo del fin del mundo, de las cosas que se terminan. Hemos visto muchas visiones de esas cosas pero siempre lejanas. Nadie ha sentido el fin en la punta de la nariz. Explotó la bomba atómica, ah en Estados Unidos. ¿Dónde hubo cataclismo nuclear? En la Unión Soviética. Ah, la radiación no llega acá. Los zombies son un arma biológica que nunca va a llegar acá. Me quise preguntar: ¿Cómo reaccionaríamos nosotros si todo eso ocurriera acá?

¿En este personaje del Señor Ozambela hay una crítica a la sociedad que se deja llevar tan fácilmente por un discurso, por una persona?
Él es el tecnócrata que se vuelve Luis XIV. Se ve cómo en un momento determinado muta del liderazgo al absolutismo. El tipo empieza como una persona que toma una posición de apoyo a los suyos, pero en el camino va cambiando. Ozambela va tomando una posición un poco cínica, va cambiando y al final se la cree. Piensa que sí es un príncipe. El tipo se considera un salvador y así lo ve la gente. Termina convertido no en un déspota ilustrado sino en un déspota total. Esto sucede en todas partes, que ha pasado en Argentina, en el Perú. Estoy completamente seguro de que George Bush se sintió así en algún momento de la guerra contra Irak. Una cosa son las democracias y otra muy distinta los líderes que las manejan.

Pasemos al relato Verano oscuro. ¿Quién es el Chino Pepe?
Mira, la historia inicial iba a transcurrir en Europa. Luego pensé ¿y si recala en Perú? Si la historia iba a terminar en elPerú, pues tendríamos que irnos a la antípoda. Sabemos las intenciones de todos estos poderosos señores, para qué querían este sortilegio, este amuleto, así que (decidí que) había que darle la vuelta. Con el Chino Pepe la historia debía ser otra. Se trataba de una persona que tenía algo, pero no le sacaba provecho. No porque piense que haya una maldición, sino porque simplemente no le daba la gana.

Es un ser humano sin alma.
Él no quiere nada. Mao Tse Tung lo escoge a él porque tiene que entregar su amuleto. No se lo da a su familia porque piensa que así lo olvidarán como el gran forjador de todo. Así es que decide entregárselo al Chino Pepe, un sujeto que para él es nadie. Decidió entregarle eso a una persona que no lo usaría, a una persona que se va a perder.

Y que se perdió en el Perú.
Claro. Si él iba a perderse en el Perú, eso no significa que si bien no quiera usarlo, igual tiene efectos. Por eso es que narro la historia en los 80.


En este relato específico se observa también a la nueva Lima, en la que van desapareciendo las tienditas y aparecen los supermercados. Es una ciudad que se transformó.
Se cierra un círculo y justo sucede en Lima. Si te das cuenta, todo ese panorama de la Segunda Guerra Mundial, del totalitarismo, del comunismo a ultranza, de Mao, siempre está relacionado a la oscuridad, con veranos oscuros, con un clima político y unas ideas políticas muy cargadas. Cuando José Wong (Chino Pepe) muere, sale el sol. Más que romperse un maleficio, se cierra un ciclo.

El relato que le da nombre al libro Todos los días son de ceniza es también muy interesante. Un hombre que parece desesperado buscando solución a sus problemas es capaz de venderle su alma al diablo y a Dios también. ¿Qué buscaste con este cuento?
Primero quise quitarle todo este determinismo trágico que tienen a veces esas historias tipo “tengo un gran problema, Dios ayúdame”. Obviamente, si uno se rige por el esquema normal de las historias, Dios no te va a contestar. Yo pensé qué otras opciones puede haber, Por qué la religión tiene que ser tan vertical. Por otro lado, si tiene que ser una cosa horizontal, pues que los representantes de la religión hablen y que lo hagan no de forma solemne, sino con un lenguaje propio de los seres humanos. Por eso es que cuando el protagonista le ofrece su alma al diablo este le responde: “A mí no me vas a venir a engañar, ya me engañaron varias veces”. Igual con el Buda. El protagonista le cuenta que tiene un problema y este le responde “Un momentito, yo no resuelvo problemas. ¿Por qué todo el mundo piensa que lo hago?”.

Y también juegas con la fantasía cuando hablas del pez dorado que hace milagros.
Claro. El hombre no solo busca la religión, sino que también busca el escapismo en la ficción. Un escapismo que siempre hemos buscado desde la infancia son las fábulas o los cuentos. Los relatos de cosas fantásticas que le ocurren a personas comunes y que le dejan una enseñanza.

Tanto Dios, el diablo y el Buda son personajes descritos de forma completamente terrenal.
Por supuesto. El diablo es un capitalista total, un mercader que pide saber cuál es el costo-beneficio de comprar una alma. Además, el Buda se desmitifica. Es cierto, él nunca se consideró un Dios, pero estoy seguro de que si él bajara a la Tierra, buscaría aclarar que no es un Dios.

Y ahí aparece el pez mágico que hace milagros.
¿Qué es lo que te da el pez mágico? Cosas y más cosas. De repente el cierre perfecto no era que te den cosas, sino que (el pez) encuentre lo que necesitas. Nunca sabemos completamente el problema del tipo, pero se lo cuenta al pez y este le da la solución. No necesariamente es una gran solución, pero bueno. El hombre llega a su casa, la encuentra vacía y además se percata de que lo abandonó su mujer. El mensaje del pez entonces es “todo está en cero, ya no tienes nada, entonces ya no tienes de qué preocuparte”. Y finalmente está la vida del tipo que es rarísima. Si bien empieza con un problema, tampoco se toma muy en serio las cosas. Su última frase lo define: “A otra cosa mariposa”.