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José Miguel Silva @jomisilvamerino

Ganó el Premio Copé de Oro 1984 por su libro Finibus Terrae y el Premio Juan Rulfo de Poesía en el año 2001. Vive en Francia pero se da siempre un tiempo para visitar Perú y principalmente, Pucallpa, la bella ciudad donde nació en el año 1946.

Conversamos brevemente con Jorge Nájar sobre su última producción. En esta ocasión, se trata de una obra narrativa titulada El alucinado.

¿Hace cuánto vive en París?
Me fui del Perú a fines de 1967. El proyecto era quedarme un par de años. Estaba llegando a una edad donde debía tomar decisiones sobre mi vida futura. Entonces, antes de tomar esa decisión me dije “voy a darme un salto por Europa, me quedo un año o quizás dos y luego regreso”. Le dije a mis padres que me iba a dar un ‘baño europeo’. Mira, cómo estaría de sucio que 36 años después sigo viviendo allí. Uno se enraíza donde hace familia. Allí las raíces van penetrando y finalmente terminas quedándote.

Supongo que usted habrá leído algo sobre París antes de su viaje…
Mis primeras noticias de París llegaron cuando yo tenía 15 años. Mi padre era maderero. Trabajaba en el monte extrayendo madera de los árboles. Él, como muchos otros madereros, viajaba con libros en sus maletas porque las noches eran muy largas. Una vez, cuando yo estaba en tercero de secundaria, mi papá regresó con un libro grueso y envuelto en una piel de otorongo. Era Nuestra Señora de París. Ahí comenzó mi acercamiento a la sociedad francesa y mi admiración hacia esta. Sin embargo, no fue algo tan fácil. Mi madre, que me veía pasar tardes enteras leyendo un libro a la sombra de un árbol, me reclamaba siempre: “¿Por qué no sales a jugar con tus amigos?”.

¿Y qué fue lo primero que hizo al llegar a esa ciudad?
Lo primero que hice fue a visitar la Catedral de Notre Dame. Te invito a que alguna vez vayas, la descubras y te asombres de esa belleza.

Muchos autores describen a Francia y principalmente a París como una ciudad casi mágica para sus intereses literarios.
Llegué a Burdeos en un avión y lo primero que hice fue tomar un tren que me lleve a Barcelona. Allí me encontré con algunos amigos de mi generación: Tulio Mora, Óscar Málaga, Enrique Verástegui, Vladimir Herrera. Todos éramos muchachos que habíamos recorrido el centro haciendo lo que suelen hacer los chicos de esa edad: discutir, pensar en publicaciones, organizar fiestas. Pero cuando llegamos allá (a Europa) nos dimos cuenta que también podíamos organizar fiestas allí. No obstante, estábamos en otra sociedad. Ya no estábamos en casa. Lo más importante siempre es tener la llave de la casa. Cuando estás afuera, te das cuenta que no la tienes – estoy hablando de manera simbólica, claro -. La búsqueda de esa llave toma tiempo. Entonces, en mi peregrinación de Burdeos a Barcelona me encontré con esos amigos que te comenté.

Con ellos iría, en un primer momento, a Madrid.
Con algunos de ellos, sí. Allí inicié unas gestiones ante la administración del sistema de becas y sin esperar los resultados me trasladé a París y ahí me quedé hasta ahora. Algunos de mis amigos regresaron al Perú y otros no.

Los madereros tienen una vida compleja y para muchos fascinante. Viajan tres o cuatro meses al monte, lejos de su familia.
Así es la vida de los madereros. Desaparecen de casa entre dos y seis meses. En esas largas ausencias han creado un sistema de difusión o circulación de la literatura llamado ‘la literatura de cordel’. Consiste en colocar junto a los víveres que van a llevar para el viaje unos 10 o 15 libros. En el primer puerto donde van a acoderar, comienzan a ver quién se interesa por sus libros y cuáles de los libros de los otros les van a interesar a ellos. Eso va circulando de un puerto a otro, de una mano a otra, de un pishtaco a otro.

¿Persiste aún ‘la literatura de cordel’?
Supongo que sí. No sé si con la misma riqueza que cuando yo era adolescente, porque hoy la Internet está por todas partes y además la circulación de los libros usados está bastante difundida.

Usted nació en Pucallpa. ¿Recuerda mucho de esta localidad?
Cada vez que vengo a Perú trato de ir. Mis padres se instalaron allí y ahora que ellos no están, mis hermanos y mis amigos. Siempre busco un tiempo para ir a Pucallpa y estar allá.

¿Lee literatura peruana contemporánea?
En estos días leí Lima, de Harold Alva. También La muerte de un burgués de Jerónimo Pimentel, que me parece un libro bomba y ahora vengo leyendo La ópera de dulce diamante, de Óscar Málaga, que me está sorprendiendo porque yo conozco muy bien a Óscar como un excelente poeta y por primera vez estoy leyendo su narrativa. Me estoy riendo mucho con esta novela, lo cual es bueno.

Cuénteme sobre su novela El alucinado.
Esta puede ser la historia de un prototipo de peruano extraviado en la urbe cosmopolita. Entonces, este hombre en esta urbe enorme, quiere acentuar su pertenencia al terruño, su identidad. En esa acentuación de esas características llega hasta el delirio. Por eso el título es El alucinado, un hombre que ve fantasmas, de la historia; que ve fantasmas de las identidades asesinas, porque estamos obsesionados por nuestra identidad nacional, cultural. Por eso es que este es un personaje alucinado. Algunos lectores me han dicho que él se parece a mí y yo digo que no.

¿Por qué?
El personaje de la historia está profundamente loco y yo todavía no.

El libro está impregnado de los lugares que usted ha conocido en Francia.
Este libro está impregnado de muchos ríos. Del río principal de los franceses, el Sena. De otro río importante como es el Ródano, que baja hacia el Mediterráneo. El Sena baja hacia el Atlántico. En ese eje se cuentan algunas aventuras del protagonista. También (el alucinado) ha recorrido los ríos de España, de la India, pero sobre todo los de ríos de la Amazonía peruana. Es un personaje fluvial. No te olvides que es un ‘charapa’, que viaja con su memoria y con sus recuerdos. Aunque este personaje también vivió en Lima. Perteneció a grupos literarios y grupos políticos muchas veces en la frontera del delito.

¿Si usted tendría que colocar su novela en un género, dónde la pondría?
No es una historia convencional, sino más bien una en la que se entretejen muchas idas y venidas, muchos planos de realidades diferentes. Sin embargo, la caracterización del personaje hace que todos esos planos confluyan en una historia. La historia es simple: un hombre fue atacado por unos violentos en las orillas del Sena. Este sujeto resultado ser el alucinado. Él ha estado compartiendo algunas horas de su vida con un hombre abandonado debajo de un puente del Sena y éste hombre es el que cuenta la aventura de este personaje. Es una historia de seres marginales. Franceses, peruanos, argelinos. Es una historia cosmopolita. Hay que decirlo con todas sus letras.

Al inicio de la novela se menciona cómo la gente marcha en una protesta por el día de los trabajadores y los turistas caminan como si nada sucediera a su lado.
Hay muchas manifestaciones políticas en París. Tengo un amigo que cada año viaja allá y me dice “oye siempre que vengo hay huelga, ¿cómo hacen para seguir viviendo?”. Mira, gracias a esas huelgas es que la sociedad aún no ha perdido sus referentes: hay que respetar los contratos de trabajo, los ritmos laborales, los sistemas de salud, los sistemas de educación, etc. Se trata de una sociedad que cada vez que hay un ataque en su contra, se organiza y manifiesta. Nuestro personaje (el alucinado) no está en una de esas manifestaciones. Es un espectador y como tal, está viendo cómo se desarrolla una fiesta universal (la celebración por el día de los trabajadores). Allí le ocurre el accidente. Es entonces que el lector es testigo de cierta indiferencia de los demás hacia el drama ajeno.

¿Usted se considera básicamente un poeta?
Sí, soy esencialmente un poeta, pero para mí la novela y la poesía forman parte del mismo combate. Los ‘pensadores’ han querido hacernos creer que el poeta es siempre un ser que está en la estratosfera, con muy pocas vinculaciones a la realidad. Esos mismos ‘pensadores’ hacen creer que los que tienen verdaderos vínculos con la ciudad son los narradores. Se equivocan. Jorge Luis Borges, César Vallejo, hay muchos casos de poetas y narradores en la historia de la literatura. No sé porqué algunos quieren separarnos. Creo que la poesía y la narrativa forman parte del mismo combate: es el mismo esfuerzo, la misma voluntad de dar testimonio y de construir objetos literarios que sean realmente autónomos y que les haga creer a los lectores que están inmersos en la realidad.